Frankfurt, Colonia, Aquisgrán, Ámsterdam, La Haya, Bruselas, Brujas….

Lo que sigue es una crónica informal del viaje de fin de curso de los alumnos del IES Juan de Lucena por Alemania, Holanda y Bélgica del 18 al 25 de marzo de 2018. Está escrita desde el punto de vista de uno de los profesores que los acompañaba, de modo que la versión principal no es esta, sino la de los 55 alumnos que lo protagonizaron: Natalia V., Lucía C., María E., Alberto P., Paula C., Laura. R., Andrea L., Judith C., María J., Fernando G., Alejandro G., Ángela L., Sheila H., Azucena de T., Olga G., Rocío G., Atenea S., Lucía G-S., Estefanía G., Yasmina B., Marta B., Ana C., Carlos D., María N., Antonio N., Álvaro B., Alejandro P., Lucas de la F., Aarón M., Manuel B., Jesús N., Soledad R., Carolina Z., David A., Álvaro G-T., Isabel V., Fátima S., Marcos G., Carlos L., Lydia M., Esther G., Alba C., Paula G., Jorge P., Claudia N., David M., Ana F., Jorge G., Alba L., José G., Águeda del A., Daniel G., Felipe B., Juan Carlos T. y Daniel L. Lo justo es, por lo tanto, que los profesores Mario, Javier y Beltrán permanezcamos en el anonimato.

La madrugada del domingo 18 de marzo los profesores quedamos con los alumnos en la entrada del IES Juan de Lucena donde nos esperaba el autobús. Eran las 3.30h de la madrugada y los padres nos despidieron mientras montábamos en el autobús. Salimos puntuales tras conseguir, en el último momento, el carnet de identidad de una alumna que lo había olvidado, lo cual nos ayudó a estar más despiertos y atentos en esas horas difíciles.

Nos organizamos muy bien en el aeropuerto de Madrid. Maleta en una mano, permiso de la guardia civil en la otra y el carnet en la boca. Pasamos sin problemas pero el vuelo se retrasó un buen rato porque en Frankfurt las pistas estaban impracticables; así que nos sentamos todos a esperar en lo que se convirtió en una especie de precario campamento en la terminal del aeropuerto. La buena noticia era que eso nos daba tiempo para devolver a los alumnos el dinero que había sobrado de la financiación del viaje. Todos los contratiempos nos estaban viniendo estupendos.

El vuelo se presentaba divertido, quizá fuera el primero para alguno de los estudiantes. Nos preocupaba todo lo que se decía de clima, que iba a empeorar, que vamos al norte y allí casi siempre hace malo, etc. Pero el vuelo fue muy tranquilo, solo alguna leve turbulencia, fuera del avión y alguna dentro también.

En Frankfurt hicimos recuento y estábamos todos. Bien. Conocimos a José, un señor toledano de la vieja escuela que manejaba un autobús gigante con técnica y algo de magia, porque, si no, no se explica cómo lo hacía. José fue un gran compañero durante todo el viaje y nos confesó que los alumnos de este Instituto eran los mejores que había tenido. Creo que tenía razón. O puede que decirlo formara parte de su trabajo. O no, no, tenía razón.

Una guía, llamada Xiomara, nos explicó los rasgos más importantes de la ciudad de Frankfurt mientras lo recorríamos en autobús. Paramos en la zona centro, cerca del río y comimos y paseamos hasta la hora de partir. Hacía frío y había algo de nieve. Salimos hacia el pueblo de Rudesheim, encontramos el hotel y repartimos las habitaciones, que se encontraban en dos edificios distintos. Cenamos y los alumnos se quedaron por las habitaciones el resto de la noche. Dos de los profesores descubrimos una taberna cercana, gran momento. Todos tratamos de acostarnos no demasiado tarde, pero los chicos estaban inquietos, incluso algunos habían hecho una foto a un fantasma en una ventana. Cosas de la noche.

Por la mañana del lunes, tras resolver todo lo relacionado con maletas y llaves, salimos hacia Boppard, un pueblo con un muelle donde se cogen barcos en el rio Rin. Para llegar, el autobús se subió a un barco especial con el que nos cruzaron a la otra orilla. Algunos alumnos que estaban distraídos hablando tardaron bastante en entender la situación: el autobús no se mueve y, sin embargo, se mueve. No habíamos sido muy puntuales en llegar a Boppard, así que nos tocó esperar un buen rato en el muelle hasta que llegó el siguiente barco de la empresa que hacía la ruta programada. Montamos en un barco que era bastante grande y en el que te podías subir a una enorme cubierta desde la que se veía un paisaje muy particular. Ya desde el autobús se veía el vertical relieve que provoca el Rhin y los castillos centinela a lo largo del río, construidos en pendientes imposibles. Eso es lo que se veía, además de los pueblos pequeños y bonitos que había en ambas orillas.

Desembarcamos, José nos estaba esperando y montamos en el autobús hacia Colonia. Llegamos a la hora de comer y todos entramos en un McDonald’s en el que había una extraña política para usar los servicios. A veces tenías que pagar, a veces no. Teníamos en frente la Catedral de Colonia, que es una mole gótica de 120 metros y en su plaza conocimos a Ana María Massiero, una guía que tenía aspecto alemán, pero era de Uruguay. Visitamos con ella la catedral, en la que permanecen los restos de los Reyes Magos y hay unas vidrieras salvajes. Una de ellas de un diseño postmoderno que me llegó a escandalizar un poco hasta a mí. Hablamos de Carlos I, de Juana de Castilla y de los pasajes bíblicos de las vidrieras. La catedral tiene partes que se tienen que reemplazar con cierta frecuencia ya que la reconstruyeron con gran rapidez usando piedra barata. Ana María fue una guía bastante cercana y entretenida, yo lo pase muy bien hablando con ella. Después nos enseñó el acceso al río, el puente y lo que queda de casco antiguo, ya que la ciudad fue casi totalmente destruida en la Segunda Guerra. El puente está habilitado para trenes y coches, fue lo primero que se reconstruyó para poder llevar alimentos a lo que quedaba de ciudad.

Tras hacer una pequeña compra nos dirigimos a Aquisgrán. Llegamos para cenar así que repartimos las habitaciones y todavía teníamos un rato para acercarnos al centro de la ciudad, pero ya de noche, claro. Teníamos tarjetas para regresar cuando se quisiera. Tras hablar un buen rato en la entrada  con un chico chino que estaba entusiasmado de conocernos, dos de los profesores nos dirigimos hacia la Catedral con dos alumnos. Nos encontramos con otro grupo de estudiantes que iban por su cuenta y nos juntamos, seríamos 15 o así. El centro estaba muy apagado pero preguntando y preguntando encontramos una calle más animada. Entramos un montón de personas en un bar no muy grande y al poco tiempo los alumnos ya habían condicionado el ambiente juntándose con algunos alemanes. La noche fue muy divertida.

El martes nos levantamos con más calma y salimos hacia Ámsterdam, el viaje era largo. Entramos de lleno en la ciudad y nos dejaron en el epicentro, donde confluyen todos los canales. La ciudad es como media rueda de bicicletas siendo los radios los canales de agua.  Todos nos dispersamos por la ciudad. Teníamos el día entero libre y hacía sol. La ciudad era un hervidero de movimiento, bicis, personas, barcos, tranvía, coches, etc., tenías que estar muy atento para no golpearte. Pero enseguida salían calles que conectan canales y que son más tranquilas. Podíamos pasear todo el día sin aburrirnos. Coincidíamos con algún grupo de alumnos en algún punto como el mercado de las flores, la zona de las facultades, el barrio chino o el barrio rojo, que es un barrio que, al estar en pleno centro, llegas sin darte cuenta, o eso dicen. Lo que está claro es que lo conveniente en esta ciudad era perderse.

Por la tarde nos fuimos hacia el hotel que estaba en una localidad a una hora. Adosado al hotel estaba Avifauna, una especie de zoo con aves que van desde el avestruz hasta el pingüino. Repartimos habitaciones, cenamos en una gran sala que parecía del Titánic y nos retiramos. Había dos bares que pertenecían al hotel y dos de los profesores bajamos un rato. La noche era un poco fría pero se estaba bien. Los chicos estaban un poco agitados por el hotel y nos tocó patrullar un buen rato. Cosas de la noche.

El miércoles desayunamos en cantidades industriales en el hotel y regresamos a Ámsterdam. Recogimos a Rita Rickelmann, la guía. Visitamos, para empezar, un molino tradicional que habían convertido en vivienda. Había alguna vaca y oveja cerca, pero lo mejor fue encontrar sobras de pan del desayuno y dárselo a los cuervos, gaviotas y demás pájaros que revoloteaban junto al molino. Después recorrimos en el autobús barrios que habían sido habitados por población judía de todos los tiempos y que fueron abandonados en las diversas persecuciones que habían sufrido. Continuamos con los edificios más emblemáticos de la ciudad, que son de orden civil principalmente. Bajamos del autobús para visitar una pequeña iglesia con un patio en el centro de Ámsterdam. Como el día anterior ya habíamos visitado a ciudad decidimos cambiar el plan y hacer algo diferente. Viajamos hacia unas granjas en las que se fabrica queso de muchos tipos y los alumnos pudieron probarlos y comprarlos. Algún alumno, mientras se lavaba las manos, dejó su queso en el lavabo y regresó al autobús sin él, como una extraña ofrenda de misterioso significado. Cosas de la juventud. Después nos dirigimos a Vollendamm, un pueblo de la costa que daba a un gran lago y que estaba construido con bonitas casas tradicionales de madera. Comimos allí y paseamos por el pueblo. Después llegamos a visitar un último pueblo de la zona, muy pequeño y bonito, como de una serie danesa de los años 80. Regresamos al hotel de Avifauna. Cenamos y tras tomar algo nos fuimos a dormir bastante pronto. No hubo patrullas. No hubo ningún jaleo. Debíamos estar todos muy cansados.

El jueves nos levantamos y desayunamos. Antes de montar al autobús se hizo una anárquica e  improvisada visita a Avifauna para ver las aves. Chispeaba un poco y eso le daba más encanto. Preferíamos ir más relajados y saltarnos el paso por Rotterdam, ya que no teníamos interés en ver su gran puerto y preferíamos llegar antes a la Haya. Visitamos el Tribunal Internacional y la ciudad de la Haya. Paramos cerca del Parlamento y lo visitamos rodeando el edificio. Había bastante presencia de militares y periodistas. La ciudad tiene una zona con un montón de embajadas y comimos por allí. Los alumnos visitaron la ciudad y por la tarde nos dirigimos a Brujas. Llegamos al hotel y repartimos las habitaciones. Teníamos la posibilidad de caminar hasta el centro y buscar algún pub. Un gran número de los alumnos salieron hacia el centro y después salimos dos de los profesores (cuando digo “dos de los profesores” no es una medida estratégica de organización o algo así, sino que siempre éramos los dos mismos profesores). Las calles estaban muy tranquilas y nos asomamos a una de las plazas principales para ver cómo era de noche. Los chicos eran fáciles de localizar, estaban todos en un local que daba a una pequeña plaza. Ellos solos llenaban el establecimiento.

El viernes costó bastante el levantarse, en general. Teníamos que salir hacia Bruselas y nos pusimos en marcha. Recogimos a Jonathan, el guía. Lo primero que visitamos fue el átomo y después callejeamos hasta subir a una vista panorámica de la ciudad con un enorme edificio de estilo clásico griego. Pasamos por los edificios más importantes de Bruselas. Llamaba la atención la Plaza de los Gremios y El Mercado, que es así como llaman a la Plaza Mayor por estar representados allí los edificios de los gremios de la ciudad. Jonathan nos explicó con entusiasmo parte de la historia de Bélgica, de la evolución de su sociedad y política y lo que supone ser un ciudadano responsable y activo. Desde la Plaza del Mercado nos separamos para visitar la ciudad hasta la tarde. Comimos un gofre y estuvimos por la zona centro paseando. La plaza del Mercado es quizá lo más impresionante de la ciudad. Sobre todo si lo comparas con la famosa fuente del niño meando, que es tan famosa como vulgar y corriente. Extraño peregrinaje el que hay hacia esa fuente. Regresamos al hotel en Brujas y cenamos. Esa noche parecía que sería tranquila porque los chicos estaban cansados y se reservarían para el día siguiente. Dos de los profesores salimos al centro a dar un paseo, era viernes y había algo más de gente. Estábamos cansados y regresamos pronto.

El sábado recogimos a la guía, que vivía en Brujas, para ir hacia Gante. Visitamos la ciudad de Gante, el castillo donde nació Carlos I, la Torre de Privilegio y la Catedral. Las calles de la ciudad también tienen algunos canales y las casas antiguas son de  mucho encanto al estar decoradas de un modo personalizado (en algunos casos con motivos mitológicos). Pasamos el día por la ciudad y comimos allí. Por la tarde fuimos con la guía a la ciudad de Brujas. Dejamos el autobús en un parque y caminamos haciendo la visita guiada. Tras pasar una famosa calle estrecha que desemboca en una calle comercial, el grupo se separó entre la muchedumbre. Cada cual visitó la zona centro por su cuenta hasta que todos nos reunimos en una de las plazas. Al despedirnos de la guía, esta nos indicó una taberna que está entrando por un estrecho callejón (al que no entrarías si no te dicen que al fondo hay una taberna que merece la pena). Los profesores subimos a la taberna y probamos la cerveza que se hace allí. Merecía la pena. Regresamos a cenar y los alumnos se prepararon para salir. Dos de los profesores regresamos de nuevo a esa taberna y regresamos pronto.

El domingo desayunamos y, sin prisas, volvimos a visitar el centro de Brujas hasta la hora de comer. Partimos hacia el aeropuerto de Bruselas con tiempo suficiente. Allí nos despedimos de José, el conductor y pasamos enseguida los controles. El vuelo salió puntual y el viaje fue muy agradable y tranquilo. Llegamos a Madrid por la noche y el avión realizó toda una vuelta a la ciudad hasta enfocar el aeropuerto y pudimos ver las calles con las luces y los coches brillantes. Enseguida los alumnos montaron en el autobús, cansados y con la típica sensación de melancólica pena, rumbo a La Puebla de Montalbán.

 

Beltrán Giménez Ezquerra

Profesor de Filosofía y tutor de 1º Bach AH

6 de Abril de 2018